miércoles, 19 de octubre de 2011

COLECCIÓN DE CUENTOS

LA ÚLTIMA NOCHE
Hipo se ha separado del grupo de animales que escuchan el relato del conejo con atención. Lleva días muy triste porque se tiene que marchar. Sí, se va a vivir a un zoológico una temporada. En realidad se marchan todos los animales, aunque ellos aún no lo saben. La cosa sucedió de esta manera.
Una mañana, Hipo caminaba hacia casa de la ardilla cuando se encontró con el dueño del bosque.
¡Oh! ¿Es que el bosque tenía dueño?
Sí, por supuesto, aunque no se llamaba Jesús, ni Dios, ni nada por el estilo. Se llamaba el Gran Duque del Bosque de Los Animales.
Hipo se dio cuenta de que era el dueño del bosque porque estaba contando los árboles y los matorrales, y las florecillas, y mientras contaba iba anotándolo todo en una libretita.
Hipo se detuvo a hablar un momento con él. Se le veía preocupado y un poco disgustado.
—Hay que arreglar este bosque, está todo hecho un desastre — exclamó sacudiéndose la capa.
Hipo miró hacia todos lados. A él le parecía que el bosque estaba como siempre, una piedrecita aquí, un matorralillo allá.
—Bien, ¡Adelante! — exclamó el Gran Duque, e inmediatamente una cuadrilla de limpieza llamada TodoloTiro. S.L. entró en el bosque con sus escobas y sus cubos de la basura.
Hipo fue valiente.
—¡STOP! — gritó alzando una mano — ¡No podéis tirarlo todo! ¡Nosotros vivimos aquí! — exclamó.
El Gran Duque se atusó los largos bigotes y murmuró.
—Es cierto, lo había olvidado…
La cuadrilla de limpieza estaba lista para tirarlo todo. De hecho traían un bosque nuevecito con sus árboles relucientes y sus piedras brillantes. Hipo y el Gran Duque llegaron a un acuerdo. Se marcharían a vivir a un zóo mientras arreglaban el bosque. Hipo aceptó y estrechó la mano del Gran Duque.
Esta noche es la última noche de los animales en el bosque.
Hipo lo sabe, y pasea meditabundo mirándolo todo, para que no se le olvide. Este bosque está un poco viejo, sí, es cierto.
Pero Hipo se ha acostumbrado a él.
¿Se acostumbrará al zoológico?
Hipo suspira. Ojalá limpien el bosque muy pronto y puedan volver a caminar por él... aunque el conejo ande por ahí liándolo todo.
Y el escarabajo pierda el suelo de vez en cuando.
Aunque la ardilla odie las Navidades y los osos lo entiendan todo al revés.
Aunque el elefante sea un poco bobalicón y la lechuza un poco marisabidilla.
El escarabajo mira a Hipo desde lejos y se acerca a él.
—¿Estás bien? — le pregunta.
—No sé… — contesta Hipo meditando.
—Yo tampoco ando muy fino — murmura el escarabajo mientras pasea con Hipo. No sé por qué pero me parece que esta noche el suelo va a tratar de marcharse — dice el escarabajo.
Hipo le da unas palmaditas en la espalda mientras le dice.
—¿Sabes una cosa? Creo que debajo de este suelo hay otro suelo mucho mejor.
—¡Pero si siempre me caigo! — exclama el escarabajo.
—Exacto, — dice Hipo — y el otro suelo te recoge.
El escarabajo mira a Hipo esperanzado. Nunca lo había pensado.
Buena suerte, queridos animales, espero que nos volvamos a ver muy pronto.

EL CONEJO Y SUS HISTORIAS 
Los animales se están bañando en el río. El escarabajo medita acerca de la parábola del sembrador. Le gustaría saber qué pasó con las semillas dichosas, así que decide acercase a la casa de la lechuza para pedirle que acabe de contarle la historia.
—¿A dónde vas? — le pregunta Hipo.
—A visitar a la lechuza.
—Ah… es cierto — reflexiona el elefante — aún estaba esa historia…
—¿Qué historia? — pregunta el conejo apareciendo por una orilla del río que atraviesa el bosque.
—Una historia que contaba Jesús — explica Hipo.
—Ah, ese— bueno yo me sé historias mejores — comenta el conejo sin darle mucha importancia.
—¿Mejores que las de la lechuza? — pregunta el escarabajo incrédulo.
—Uy, sí. Bastante mejores — afirma el conejo.
Los animales se sientan alrededor del conejo para escuchar sus historias. Una buena historia siempre es interesante.
El conejo comienza su historia.
—Había un conejo — comienza.
—¿Un conejo? —pregunta el escarabajo un poco molesto — ¿Y por qué no podía ser un escarabajo?
—El conejo se encontró con un escarabajo — continúa hábilmente el conejo.
El escarabajo mira a los demás con satisfacción.
—Le dijo «Hola», pero entonces el suelo se fue y el escarabajo se cayó. Así que el conejo se quedó solo otra vez — dice el conejo.
El escarabajo se queda pensativo. Sí, eso del suelo es verdad. Así que no puede protestar.
—El conejo sabía muchas cosas sobre el bosque y era el más listo de los animales.
La ardilla interrumpe en ese instante.
—¿Y por qué no podía ser la ardilla la mas lista de los animales?
—Pero se encontró a una ardilla — continúa el conejo con más habilidad aún que antes— que era listísima. Lástima que llegara Papa Noél y se llevara todos los árboles. ¿Qué podía hacer una ardilla en un bosque sin árboles? Naturalmente, tuvo que marcharse.
La ardilla medita sobre los árboles y Papá Noel. Sí, Papá Noél es un ladrón de árboles, así que no puede protestar.
—El conejo era muy listo y muy fuerte — continúa el conejo.
—¿Y cómo podía ser más fuerte que un elefante? — pregunta el elefante un poco molesto.
—Pero había un elefante muy, muy fortachón, en el bosque — continúa el conejo improvisando— lástima que por un milagro había conseguido que el cuello le creciera y después de mirar el mundo desde lo alto de su cabeza había decidido irse a vivir a otro lugar.
El elefante medita acerca de esta historia. Sí, naturalmente si el cuello le creciera (es un deseo oculto del elefante) y pudiera ver qué hay más allá de los árboles y las montañas, probablemente se marcharía a otro lugar.
¿Y los demás animales? Tendremos que esperar a ver cómo acaba la historia del conejo.

LA RESPUESTA DE LOS LADRONES 
Los ratones escuchan la pregunta muy atentos.
El mayor de todos tose discretamente:
—Nosotros sabemos remar muy bien y no sabemos nada de madres ni de cosas así.
Los demás ratones asienten.
—Las madres no nos interesan.
—No— dice otro de los ratones.
—Y Jesús tampoco — añade otro ratón.
—A lo mejor los osos saben algo de esas cosas — sugiere otro de los ratones.
—Los osos no saben nada de nada — refunfuña Hipo mientras todos los animales se alejan muy desanimados.
—Pues tendremos que seguir con las preguntas — dice la nutria.

Los animales se sientan en una piedra tratando de recordar todo lo que la lechuza les explicó sobre la vida de Jesús.
—La madre de Jesús se llamaba…— repite la nutria.
—Mamá — dice el escarabajo, de pronto.
—¡Es cierto! — exclama el castor — así es como se llaman todas la madres.
—Sí.
—Es verdad.
La nutria lo apunta con entusiasmo en la hoja que les ha dado la lechuza.
—Siguiente pregunta: ¿cuántos apóstoles había?
Los animales releen la palabra.
—A-pos-to-les.
—Oh.
—Ah.
—¿Y eso qué es?
—Creo que es una piscina hinchable — dice el escarabajo pensativo.
—Sí.
—¿Y para qué quería Jesús una piscina hinchable?
—Por eso de que le gustaba caminar por encima del agua.
—Ah
—Claro.
—No — medita Hipo—, recuerdo que los apóstoles eran unos que querían que Jesús hiciera milagros.
—Sí, es verdad — afirma el castor muy serio.
—¿Y lo de la piscina? — pregunta la nutria.
—Eso fue otro día — dice Hipo.
—Sí, uno que fue a pescar y luego repartió muchos peces y panes para todos.
—En las piscinas no hay peces — apunta la nutria.
—En esta sí — dice Hipo, no muy seguro.

Los animales se quedan en silencio un rato.
—Nos lo estamos inventando todo — reconoce la nutria.
—Sí
—Es verdad.
—Tenemos que hablar con la lechuza. No sabemos nada de Jesús.
—No.

Luego se despiden silenciosos hasta el día siguiente, que irán a ver a la lechuza.

TU ERES DIOS 
El conejo lleva puesta una espesa barba postiza blanca y un sombrero de Papá Noel cuando recibe a la lechuza, la ardilla y el escarabajo. La nutria y el castor han preferido quedarse junto a un castaño. La lechuza tuerce el gesto al mirar el disfraz del conejo.
—¿Tú eres Dios?
—Así es— dice el conejo con satisfacción. En ese momento aún está considerando si no habría sido más impresionante aparecer con un trineo tirado por renos, pero por esos bosques no hay renos. Los renos son unos animales muy esquivos, medita el conejo.
—Pues yo diría que eres Papá Noel — dice la ardilla mirando el gorro de navidad.
—Es lo que habíamos pensado, probablemente estén asociados y hasta puede que sean ellos los que se llevan el suelo cuando les apetece— murmura el escarabajo con rencor.
—¿Y cómo sabemos que eres el Dios auténtico? — pregunta la lechuza arqueando una ceja.
—Eso es una herejía — contesta el conejo, que ha leído mucho los últimos días.

La nutria y el castor, que han asomado la cabeza, salen disparados hacia el castaño. Está claro que toda esa epidemia de hablar raro es cosa de ese tal Dios.
—Hasta San Pedro dudó de Jesús— contesta la lechuza tomándose las últimas palabras del conejo como un reto personal.
—Yo creo que deberíamos tirarle de la barba— dice la ardilla de repente. Al conejo se le ha salido una oreja por detrás de gorro y la ardilla comienza a sospechar que todo es una farsa.
—Si me tiras de la barba irás al infierno— contesta el conejo rápidamente.
—No me importa —responde la ardilla, retadora.
—También se caerán los árboles como tronchados por un rayo celestial — dice el conejo improvisando— y el suelo se irá para siempre.
—¿A dónde? — pregunta el escarabajo esperanzado. Si supiera dónde se va el suelo cuando se va, podría irse con él y así dejaría de caerse una y otra vez.
—El suelo se va a dónde yo le mando —afirma el conejo categórico.

La ardilla se ha quedado pensativa, no le gustaría que los árboles se cayeran por su culpa, aunque casi está segura de que ese que tiene delante es el conejo.
También cabe la posibilidad de que Dios sea un conejo. Eso sería terrible, medita. Si el dueño del bosque es un conejo... No, no puede pensar en esa posibilidad.

El conejo resopla con hastío.
—Bueno, pues si no queréis nada, dejad de molestarme, estoy muy ocupado. Tengo que gobernar todo este bosque y he nombrado Director General del bosque al conejo.— improvisa el conejo de pronto.
La lechuza da un respingo al escuchar esto. ¡¡Tiene que convocar a los animales cuanto antes!! ¡¡Si el bosque cae en manos del conejo será una catástrofe!!